Algunas impresiones sobre la obra

¿Querés ir a ver una obra de teatro, o vivir una experiencia distinta?

(Algunas impresiones sobre la obra “¿Querés ser feliz o tener Poder?”, de Cecilia Propato Carriére)

Por Marcela Verónica Falcoff (Música, actriz y abogada)

Si nos invitan a ir al teatro todos tendremos, en general, una representación mental de la experiencia que viviremos. No importa la obra, podremos resumir la situación en los siguientes pasos: hacer la cola para ingresar a la sala, ocupar nuestra butaca y presenciar, con mayor o menor interés, lo que los actores manifiesten sobre el escenario. Luego vendrán los aplausos, más o menos sentidos. Posiblemente iremos a cenar, y hablaremos de la obra con nuestros compañeros de salida (sin soltar nunca nuestros celulares, que miraremos de tanto en tanto).  El mayor riesgo que habremos corrido será, en el peor de los casos, el aburrimiento (o la emoción excesiva).  Como sea, no habremos abandonado el rol pasivo y anónimo que conlleva ser parte del “público”. El vértigo, la exposición, la adrenalina, será patrimonio exclusivo de los que se paren sobre el escenario: los actores. Cada uno ocupando claramente su lugar. Pero ¿qué ocurriría si tales situaciones, que damos por sentado, sufrieran alguna mutación? Por ejemplo: ¿si el público ya no es una masa anónima, sino que se enfrenta cara a cara, cuerpo a cuerpo, con cada uno de los actores de la obra? ¿Si la distancia delimitada por el escenario y las butacas se borrara?  Eso es lo que ocurre justamente en “¿Querés ser feliz o tener Poder?”, obra poco convencional por su formato, que se ofrece en Espacio Aguirre.
No hay escenario. Los actores y actrices se ubican en un reducido “box”, y representan un monólogo frente a un único espectador. Cada encuentro es así único, íntimo. El actor o la actriz (devenidos casi en fenómenos de feria) se hallarán frente a nosotros: criaturas vulnerables, permeables a cada una de nuestras reacciones (risa, indiferencia, angustia). Pero si se observa en detalle, notamos que quien aquí hace las veces de público, se hallará igual de expuesto que el actor o la actriz. Ambos podrán mirar y ser mirados. Las reacciones de ambos quedarán en evidencia. Ya no se trata de estar cómodamente sentados en nuestras butacas, sino de romper las distancias y estar muy cerca (peligrosamente cerca) de ese ser imaginario que nos habla, con la voz prestada del artista, de sus miserias, desventuras, emociones.  Y como público no habrá escapatoria posible. No podremos evadirnos mirando la pantalla del celular (que nunca apagamos), ni haciendo comentarios a nuestro vecino de butaca. Solos, cara a cara, con ese actor o actriz que nos cuenta una historia. ¿Seremos capaces de mirarlo o mirarla a los ojos? ¿Tendremos ganas de responder, de participar, de intervenir? ¿Qué haremos con esas ganas?


Se me ocurre pensar en las redes sociales, y cómo el uso de la tecnología convierte las relaciones humanas cada vez más en una suerte de “ilusión de encuentro”, en el que muchas de nuestras capacidades  quedan fuera. Nos vamos desacostumbrando a percibir al otro, con todo lo que esto implica: la voz, las mínimas expresiones faciales, hasta los olores corporales, todo un caudal de información que se pierde si el encuentro es “virtual”. Y es que en esta cercanía de los cuerpos, no hay ningún “filtro” que oculte, maquille o distorsione lo que somos.
En los tiempos que corren (y nosotros con ellos), vale la pena un alto. Salir de la pasividad, encontrarnos con otros, de verdad.  Esta obra invita a correr ese riesgo. Volver a ser niños, y permitir que alguien nos cuente un cuento, solo a nosotros, y absorberlo con todos nuestros sentidos, esos que usamos tan escasamente, hipnotizados por el brillo artificial de pantallas HD.